Comentario
La primera noticia del desembarco norteamericano llegó a la gran base japonesa de Rabaul procedente de Tugali. Inicialmente el Cuartel General japonés supuso que se trataba de un golpe de mano, pero horas después se hacía cargo de la envergadura de la operación cuando desde Tugali llegó este mensaje: "Oramos para soportar los sufrimientos de la guerra... Resistiremos hasta el último hombre..., sumergidos por fuerzas enemigas defenderemos posiciones hasta la muerte".
Desde la base aérea de Simpson Harbor, en Nueva Bretaña, la aviación Imperial envió 37 bombarderos y dos escuadrillas de cazas para aniquilar a las fuerzas desembarcadas si fuera posible o, al menos, para averiguar la envergadura de la operación norteamericana y si ésta se extendía a islas más próximas a la base de Rabaul. Desde ésta partió un grupo de 18 bombarderos, cuyo ataque contra la cabeza de puente norteamericana fue muy poco significativo (averiaron un destructor y mataron a 22 hombres), entre otras cosas, porque hubieron de combatir con la aviación norteamericana, que derribó 16 aparatos japoneses, perdiendo 12.
El ataque norteamericano contra Guadalcanal dejó al Estado Mayor de Tokio enfrentado con el problema de su inmenso despliegue, que le obligaba a ocupar y defender todas y cada una de sus conquistas a lo largo y ancho de todo el Pacífico. En la práctica esto significaba ocuparlo todo con fuerzas reducidas, claramente insuficientes ante cualquier ataque de envergadura, y esterilizaría a la mayor parte de sus efectivos en una actitud de tensa espera, exclusivamente defensiva, pasiva, inoperante, costosísima y, finalmente, desmoralizadora y fatalista.
Un ataque obligaba ahora a los japoneses a defenderse en condiciones de inferioridad, pues eran sus enemigos quienes decidirían la proporción de fuerzas; a sufrir casi siempre los efectos desconcertantes de la sorpresa; a depender de los refuerzos y suministros llegados, casi siempre tarde y escasos por largos y peligrosos trayectos marítimos que propiciaban todo género de incidentes y pérdidas.
Además, el hecho de hallarse el Ejército Imperial disuelto en multitud de islas, por lo general de exigua extensión, hacían imposible montar, en buena parte de los casos, ataques de una aviación de asalto que partiera de bases próximas o contraataques de masas importantes de infantería y artillería contra los enemigos de desembarcados cuando éstos tenían los pies en el agua, único procedimiento rápido de aniquilar un ataque anfibio antes de que se extendiera rápidamente fuera de sus cabezas de playa.
Los japoneses, que a partir de Guadalcanal perderían claramente la iniciativa, se hallaban frente a los mismos problemas que en los primeros meses de la guerra debieron afrontar las guarniciones de los imperios blancos del Extremo Oriente y del Pacífico, que Tokio había arrollado con tanta facilidad.
Para mantener eficazmente esa situación defensiva era condición indispensable el dominio del mar, pero desde el hundimiento de cuatro grandes portaaviones en Midway, Japón estaba perdiendo rápidamente la hegemonía naval. Tokio aún superaba en el verano de 1942 a los aliados en cruceros y acorazados, pero las flotas de portaaviones estaban igualadas y muy pronto las industrias aeronavales norteamericanas volcarían sobre el Pacífico material en tal cantidad y calidad que Japón, incapaz siquiera de cubrir sus pérdidas, quedaría abocado a la derrota (14).